Entrevistado en una de estas fiestas en la colonia Nueva Atzacoalco en el norte de Ciudad de México, Omar Morales un bailarín, y cliente recurrente de “los perreos” dijo a la BBC que a él sólo le gusta la música y el hecho de que puede ir a conocer mujeres:
“A veces sí hay madrazos (golpes) pero no molestamos a nadie en la calle, ni asaltamos”.
Morales, joven de 18 años que ha vivido en este barrio toda su vida y declarado eterno fanático de Baby Rasta, Gringo y Hector “El Father” cuenta lo que es ser un reggaetonero en las calles del Distrito Federal:
“Te gritan de madres, nos dicen chacas”, señala.
Prejuicios y racismo
Ante esta realidad, el investigador Nateras profundiza y advierte en la entrevista para BBC Mundo sobre este fenómeno de criminalización y prejuicio:
“Se considera que son chavosmalandrines, delincuentes y esto se mezcla con el prejuicio del consumo de inhalantes como drogas, que son consideradas drogas exclusivas de personas que viven en la calle o de estratos sociales muy bajos, ahí está la criminalización no sólo de parte de una parte de la sociedad que los ve con repudio sino de las mismas instituciones que los tachan de criminales; en todo caso ahí hay un consumidor y no un delincuente”.
Para el investigador de la UNAM este no sólo es un problema de gustos musicales sino tiene tintes de racismo y clasismo que, dice, son muy propios de las sociedades tradicionales como lo es la mexicana.
“Se criminaliza a personas de algunos barrios como por ejemplo Nezahualcóyotl no sólo por su gusto por la música de reggaetón o su consumo de drogas; sino por su aspecto físico porque, además de todo son morenos y además viven en zona popular; por su condición de clase automáticamente es etiquetado como chaca”.
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